Comenta el Profesor Lehman en su personal y atractivo resumen semanal de los lunes en BMJ sobre Covid-19 que el tiempo de duplicación de los estudios rivaliza con la propagación del propio SARS-CoV-2 (índice de infectividad R0=3) y recomienda la base de datos suiza CERAH para seguir la evolución de los conocimientos al respecto. En España es destacable y útil el trabajo de un grupo de profesionales de Bibliotecas de Ciencias de la Salud (enlace 3) ha elaborado una pagina web para clasificar toda la información relevante por especialidades.
De manera relacionada, BMJ no puede abstraerse de este volumen de información, pero intenta tomar posturas prácticas dentro de la falta de evidencias consistentes en sendos editoriales sobre dos temas controvertidos como son el uso de AINE, y más recientemente el 2 de abril sobre el uso de IECA-ARA2 en el contexto de la epidemia por Covid-19.
Modestamente, en estas píldoras-Covid-19 de la SEMEG intentamos seguir seleccionando información relevante y comentando alguna de estas publicaciones más relacionada con la práctica geriátrica.
La “Frailty Clinical Scale” es una escala de fragilidad simple multidimensional que evalúa deterioro funcional en actividades básicas e instrumentales de la vida diaria, estado cognitivo y comorbilidad limitante, que es bien conocida en geriatría y ampliamente utilizada por su capacidad pronóstica en población mayor. Por este motivo ha sido utilizada también en este contexto epidemiológico de pandemia por Covid-19 como instrumento para seleccionar pacientes subsidiarios de cuidados intensivos, como por ejemplo en las guía NICE elaboradas al respecto, que establecía un punto de corte de 5 o mayor para la limitación de acceso a estos recursos. Sin embargo, la generalización de esta escala ha motivado importantes quejas sobre la inadecuación de su uso en pacientes con patologías discapacitantes establecidas y estables (paralisis cerebral, enfermedad de Duchenne, autismo, etc) especialmente si eran menores de 65 años, lo cual ha motivado una rápida rectificación y matización de su uso por la NICE en población joven.
Este ejemplo plantea algunas reflexiones: ¿es adecuado aplicar las escalas y criterios de fragilidad a menores de 65 años con cualquier patología que limite su situación funcional o cognitiva?; ¿tiene valor predictivo la presencia deterioro funcional o cognitivo no secundario a un declinar de la capacidad intrínseca?; ¿es correcto evaluar la calidad de vida en función de la situación funcional y cognitiva?
Probablemente volver a releer la revisión de Amblás y cols en REGG-2017 sobre el valor de los Indices de Fragilidad en la toma de decisiones de pacientes clínicamente complejos pueda ayudarnos en este reflexión.
Juan J. Baztán. Servicio de Geriatría, Hospital Central Cruz Roja. Madrid