La depresión es una enfermedad mental que afecta a personas de todas las edades, incluidos los ancianos, y aunque su prevalencia es alta, a menudo pasa desapercibida, especialmente en esta población. En este artículo, exploraremos la extensión del problema de la depresión en la población geriátrica, los factores de riesgo asociados y las manifestaciones clínicas, así como las estrategias de detección y tratamiento.
La depresión en la población geriátrica es una realidad más extendida de lo que comúnmente se reconoce, con una prevalencia sorprendentemente alta. En 2017, en toda España, la depresión afectó al 5% de los ancianos en la comunidad, pero aumentó a más del 25% en residencias y hospitales. Entre los mayores, las mujeres en la comunidad tuvieron una prevalencia más alta (21,5%) que los hombres (8,3%), mientras que en residencias, la depresión afectó al 35,4% de las mujeres y al 19,9% de los hombres (1). Estos datos generan preocupación, especialmente considerando el creciente número de personas ancianas en nuestra sociedad.
La depresión en los ancianos puede tener diferentes causas, ya sea que haya comenzado en etapas más tempranas o que sea de aparición tardía. En comparación con los adultos más jóvenes, es común que los síntomas emocionales disminuyan, mientras que la irritabilidad, la ansiedad y los síntomas somáticos se vuelvan más frecuentes. Esto hace que detectar la depresión en los adultos mayores sea un desafío, ya que los síntomas depresivos pueden confundirse con los de enfermedades crónicas subyacentes, efectos secundarios de medicamentos y factores psicosociales, como la pérdida de seres queridos, cambios en su rol en la comunidad o el aislamiento. Además, las señales de depresión a menudo se atribuyen erróneamente a cambios relacionados con el proceso natural del envejecimiento (2, 5).
La depresión en edades avanzadas de la vida tiene una relación bidireccional con otras condiciones patológicas, destacando problemas médicos como el dolor crónico (3) y puede empeorar el pronóstico de otras enfermedades como las cardíacas (4). Además, se ha observado una estrecha relación entre la depresión y la disfunción cognitiva, que se detecta en el 25% a 50% de los casos y que puede persistir incluso después de que el episodio depresivo haya mejorado, asociándose con un mayor riesgo de demencia (5, 6).