Un artículo de Mayte Vázquez Resino, Psicóloga Sanitaria y Psicogerontóloga
«La soledad del hombre no es más que su miedo a la vida».
Eugene O’Neill
La soledad no deseada y el sentimiento de vacío existencial es un problema real y alarmante en toda la población, que poco a poco se va convirtiendo en una epidemia y que se trata de disfrazar para convertirlo en un tema “tabú” y ajeno a nosotros, cuando paradójicamente es la concienciación de dichos valores los que enriquecen una sociedad motivada, resiliente y empática.
El envejecimiento de la población está acentuando situaciones de soledad, pero existen otros factores sociales y estructurales como cambios en nuestra forma de vida, derivadas principalmente del aumento de hogares unipersonales y nuevos tipos de familias, el descenso de la natalidad, el paro y la precariedad en el empleo, la desnaturalización en el trabajo como fuente de encuentros, la frenética vida en las grandes ciudades y la tendencia a relaciones personales menos duraderas, factores que pueden llegar a intervenir en el aumento imparable de la soledad, siendo el grupo de mayor prevalencia el de los mayores que en muchos casos, viven y mueren solos en el final de sus días.
Además, la situación de la Covid-19 y el confinamiento de una gran parte de la humanidad por la pandemia, ha producido en este colectivo concreto una reducción de contacto con la red social y por ende un aumento de la soledad, trayendo consigo consecuencias de salud mental negativas como la reducción o inactividad física y su implicación en problemas de sueño, insomnio y somnolencia diurna, aumento del deterioro cognitivo por haber dejado de realizar actividades de estimulación cognitiva, talleres, tertulias, terapias grupales, voluntariado, asociaciones, afectación del estado emocional y anímico, y un aumento de la sintomatología ansioso-depresiva.
Fuente: geriatricarea.com